Instrucciones de una plancha moderna

12 de octubre de 2025

Preámbulo a las instrucciones de una plancha moderna

En este manual nos detendremos a detallar las instrucciones de uso de una plancha moderna. Es obligado mencionar que una plancha moderna difiere en mucho de una plancha clásica. Por ejemplo, una plancha moderna, a diferencia de una plancha clásica, no es un objeto que elegimos normalmente para decorar un hogar. Situar una plancha moderna a la vista, pongamos en una estantería, digamos al lado de unos libros, nos condena a recordar lo pendiente, lo que está por hacer, lo que aún no hemos hecho y lo que nunca terminaremos de hacer. Incluso si todo lo pendiente está planchado ya, la presencia de una plancha moderna nos recordará que tarde o temprano lo completado estará esperando otra vez a completarse. Y si es usted de los que disfrutan de su ratito de plancha, descuide, el diseño de una plancha moderna hará que esos ratos sean algo mucho peor que tediosos. Serán olvidables.

Una plancha moderna es de plástico, a menudo blanco. Algunas con formas deportivas, aerodinámicas, como testadas en túneles de viento, preparadas para competir en alguna de esas frenéticas carreras que nunca podremos ganar. Diseños que recuerdan a los de esos modernos edificios y grandes coches, que hacen tan pequeñas nuestras ciudades.

Incluso las que no son blancas, lo son en concepto y forma. El blanco es la ausencia de color. Y también la ausencia de tiempo. Al utilizar una plancha moderna, especialmente si lo hacemos en silencio, una tarde de domingo será casi ya de noche y sólo nos quedará entonces esperar otra ocasión para disfrutar de uno de esos libros que siguen, pendientes todavía, en aquella estantería.

Por eso, las planchas modernas no se guardan a la vista. Las planchas modernas se encierran en armarios, como monstruos puntiagudos que son, para alejarnos de toda ausencia de color, de pausa, de tiempo y de vida.

Instrucciones de una plancha moderna

Enhorabuena por su nueva adquisición. Esta plancha moderna le acompañará en sus largos ratos de plancha, convirtiéndolos en una experiencia memorable que estará dispuesto a repetir porque, al fin y al cabo, ¡no le quedará otro remedio!

Extraiga su nueva plancha del embalaje. Notará que nuestras planchas tienen un diseño moderno, deportivo incluso. Usted no merece menos. Sabemos que las personas como usted, modernas, con vidas llenas de exigentes retos diarios, necesitan una plancha dotada de la última tecnología, la más fiable y eficaz. Un instrumento capaz de acabar con las arrugas más difíciles, esas tan problemáticas e irritantes.

Llene el depósito de la plancha de agua, enchúfela y espere hasta que el moderno piloto azul eléctrico se apague y el aparato emita un pequeño rugido. Ese sonido indicará que ya pueden, usted y su plancha, iniciar sin miedo ni desazón su nueva aventura antiarrugas.

Debemos recordarle que su plancha está diseñada para utilizarse con tejidos y prendas de todo tipo. Sin embargo, evite la tentación de usarla con sus mascotas. Concretamente con los gatos. Estos se muestran especialmente agresivos si intentan plancharlos.

Antes de empezar la tarea, mentalícese. Evite pensar en todas aquellas cosas que podría hacer en lugar de dedicar su tiempo a planchar. La vida es muy corta, pero se disfruta más sin arrugas. Una arruga puede arruinarnos el día, mostrarnos al resto como descuidados, como inútiles despreocupados que se abandonan dejando a un lado toda higiene. Seres repulsivos y malolientes, como el más repugnante de los residuos. Usted no es así. Y no lo será gracias a su nueva plancha moderna.

Tras estas líneas introductorias que esperamos que le hayan ayudado a prepararse y adquirir la motivación adecuada, ¡está usted listo para empezar! Extienda la prenda sobre una superficie lisa y sitúe la plancha sobre la misma. El aparato aplastará sin dificultad a su paso cada arruga, cada doblez y cada pliegue. Su concentración en esa tarea es crucial para obtener el éxito y satisfacción de lucir una prenda totalmente lisa; la diferencia entre conseguir una camisa o un calcetín sin arrugas o adentrarse en el abismo del descuido está en su capacidad de no sucumbir ante esas nimiedades de la vida.

Rogamos que considere que, a pesar de la potencia que posee su nueva plancha moderna, no podemos garantizarle que las arrugas vuelvan a aparecer tras el uso de sus prendas. Lo que sí que podemos garantizarle es que su plancha estará lista siempre para volver a la tarea en todo momento.
Lo sabrá, cada vez que la vea.

Sin título

3 de agosto de 2025

Fuimos diseñados para ser sacudidos por dentro, para conectar a través de los sentidos.

Tememos que sistemas inertes reemplacen lo que nos remueve. Que los textos que leamos sean todos los mismos. Que digan las mismas cosas, todos de la misma forma.

Sentimos pereza, inmensa, al leer otra frase vomitada sin ganas. Otra frase que roba nuestra atención sin devolvernos nada a cambio. Y añoramos que nos arranquen una sonrisa.
Tememos olvidar. Olvidar sentir cómo se nos eriza el vello al leer algo escrito con la maestría, y picardía, de alguien que sabe dibujar lo que siente por dentro.

Nada sustituye a lo que se escribe desde las entrañas. Entre todo el ruido, lo auténtico se luce y reluce sin esfuerzo.
La autenticidad nos mira de frente y nos dice que aquí está, y que la observemos atentamente para recordarla como es debido.

En nuestra mano está no confundirla con cualquier mierda del tres al cuarto.
En nuestra mano está no olvidarla.

Caminos

1 de agosto de 2025

Todo camino fue antes hierba, roca o maleza. Todo camino fue un paso hacia algo o alguien. Todo camino nos muestra la ruta que otra persona, al menos una, también siguió. Todo camino contiene al menos una historia y las historias, caminos son.

Anochecer

24 de julio de 2025

A esta hora, los distintos tonos de azul envuelven al naranja del fuego en el firmamento. A medida que avanza la noche, el azul contrasta con el rojo de las pequeñas luces que corren por las calles. Desde las aceras, otras luces, amarillas, las observan, colgadas e inmóviles, condenadas a no poder tocarlas.
Mientras tanto, los edificios iluminan, poco a poco, algunos de sus cuadros. En ellos se muestran diferentes escenas. Escenas de soledad y familia. De alegría compartida y de un sofá vacío frente a una televisión.
Sobre los tejados, unas pequeñas criaturas caminan con sigilo, de uno a otro, sin perder su elegancia. Buscan el mejor lugar desde el que contemplar, con sus ojos felinos, la inmensidad de la luna.

Estafa en dos actos

13 de julio de 2025

I

Sola, las manos le tiemblan al intentar pulsar el número de teléfono. Sucedió hace apenas unos minutos. No puede hablar. Siente rabia. Falta aire. Le falta aire. El puñal, más frío que uno hecho de hielo, sigue clavado en su estómago, desgarrándola por dentro. Su corazón es ahora un puño que le aprieta la garganta y tira de ella hacia abajo. Hacía sus entrañas. Contiene las lágrimas. Le duele la cara. Quiere llorar. Quiere llorar pero contiene las lágrimas. Quiere desaparecer. No morir, se maldice por haber nacido. Piensa en los números de la cuenta bancaria. Los que faltan. Tanto esfuerzo, perdido, por amor. Amor de madre. Era mucho dinero. Pero no es el dinero. Es el esfuerzo, los sacrificios, lo que no ha podido vivir por tenerlo. Piensa en su hija. Se culpa por desear no haber nacido. Fue ella y sólo ella, la que no pensó. Actuó sin pensar. Se llama tonta. Tonta no, estúpida. Esas palabras, que salen de su corazón, palpitan en su garganta sin llegar a ser pronunciadas pero sí repetidas, una y otra vez. Se pregunta por qué hizo caso a ese mensaje. Su hija siempre le decía que nunca hiciera caso de los mensajes. Aunque parecieran de ella. Especialmente si parecían de ella. Se desploma. Cae al suelo con el teléfono en la mano. Llora, impotente. El suelo está frío. Ella también está fría. No puede moverse. No quiere moverse. Quiere que todo termine.
Consigue apretar el botón de llamada.

— ¿Sí? ¿Mamá?

II

Se vistió sin pensar. Bajó a toda prisa. Se subió al coche. Tras diez minutos, que le resultaron una eternidad, aparcó como pudo y cerró el vehículo, también como pudo. Subió corriendo los cuatro pisos y, por fin, llegó a la puerta. Casi sin aire en los pulmones.
Rebuscó en el bolso, pero no encontró las llaves de esa puerta. Se las había dejado en casa. Tocó el timbre, varias veces, mientras trataba de recuperar el aliento.

La puerta se abrió, y tras ella estaba su madre, con el rostro desfigurado por la tristeza. Sólo la había visto así en otra ocasión, cuando su padre murió, años atrás. Aquella pérdida la quebró por dentro, llevándose consigo la entereza que siempre la había definido. Pero esta vez, además del dolor y la angustia que ya había percibido por teléfono, notó algo más en su mirada. Vergüenza. Una vergüenza muy profunda, contenida en unos ojos incapaces de sostener los suyos.

Le preguntó que qué había pasado. Su madre, entre sollozos, le suplicó que la perdonara. Que había cometido un error. Un error terrible, el error de su vida. Esas palabras, pronunciadas entre lágrimas, retumbaron por toda la escalera.

Entraron en casa y fueron a la cocina. Esta era tan acogedora como recordaba, con sus armarios de madera, su horno, frigorífico y una gran mesa de madera en el centro. Al ver a su madre sentarse, despacio, en aquella mesa, recordó diferentes momentos de su infancia. Visualizó a sus padres repasando las cuentas sobre esa mesa durante el invierno. Se vio a sí misma estudiando allí mientras su madre cocinaba. Recordó las cenas de los sábados hasta tarde, las sobremesas del domingo, los consejos de su padre y, más tarde, los de su madre. Recordó las cenas de Navidad, que casi siempre eran humildes, y las noches en que cenaba con su abuela, que la acostaba antes de que sus padres llegaran del trabajo. Recordó el aroma del café de madrugada, mucho antes de levantarse para ir al colegio. Recordó los libros heredados de primos o vecinos y aquellas conversaciones, en voz baja para que nadie los oyera hablar, sobre cuentas en rojo y los recibos de luz y agua que estarían a punto de llegar.

Puso un cazo con agua a hervir, sacó dos sobres de tila y dos tazas del armario. Después, se sentó junto a su madre. Le pidió que se tomara su tiempo, que le contara todo con calma. Mientras hablaba, ella la escuchaba en silencio, sosteniéndole la mano, que aún temblaba, nerviosa.
Le explicó que recibió un mensaje que creyó que era suyo. Que decía necesitar una transferencia urgente y, sin pensarlo, envió una gran cantidad de dinero. Su voz se quebraba al recordarlo.
Intentó calmarla. Lo hecho, hecho estaba. Ahora tocaba poner una denuncia y seguir adelante, como siempre habían hecho. Le sirvió la infusión, y siguieron hablando, recordando otros tiempos. Tiempos difíciles que también parecían imposibles de superar, pero que quedaron atrás. Y, como entonces, volverían a hacerlo. Juntas.

Su madre recobró poco a poco la calma. Cuando por fin recuperó también la entereza, salieron a poner la denuncia. Esa noche, se quedó con ella y durmió en su antigua habitación, la de cuando era niña. Allí estaban sus antiguos libros y cuadernos. También estaban las fotografías enmarcadas de ella junto a sus padres. Desde aquella cama de noventa, pensaba en lo distinta que era ahora su vida, tan distinta a la que ellos vivieron. Y que lo era, gracias a que se lo habían dado todo, incluso en los momentos más duros, cuando ellos apenas tenían nada.

Después de aquel episodio, las visitas se hicieron cada vez más frecuentes. Los años pasaron. Llegaron los biberones, los cumpleaños, las risas, las sobremesas, las meriendas y también las infusiones, que compartían hasta el anochecer. Llegaron los momentos que hacen olvidar el pasado y detienen el presente.
Momentos que vivieron, juntas, en aquella misma cocina.