Azules
Juan buscaba rosas azules. En un mundo en el que todos habían sufrido lo indecible y luchaban por reconstruirse, él cultivaba y vendía rosas de cada color posible, menos el azul. Sabía que existieron en el pasado, pero no halló mucho escrito sobre ellas. En sus innumerables viajes y aventuras, se ganó la amistad de personas de diferentes lugares, etnias y culturas que trataron de ayudarlo a encontrarlas.
Pero lo único que traía consigo de aquellos viajes eran sus experiencias y aprendizajes, que compartía con la gente del lugar, como Pedro, hábil carpintero y también, su mejor amigo.
Pedro compraba ramos de rosas para su difunta esposa, a quien visitaba casi a diario. Siempre guardaba una flor para su hija Clara, el amor de su vida. Como los ojos de la niña eran azules, Juan le prometió que los primeros ramos de ese color serían para ella.
Al regresar de uno de sus viajes, Juan se encontró con los restos de lo que parecía haber sido una batalla reciente. Los ataques eran frecuentes y los lugareños estaban ya acostumbrados a ellos, pero ese fue especialmente violento; había casas calcinadas y varios cuerpos por el suelo. La gente le contó que repelieron la amenaza con éxito, aunque ahora tendrían que reconstruir todo lo perdido.
Llegó a su casa y comprobó con alivio que tanto la vivienda como su vivero, estaban intactos. Tendría que olvidarse de sus viajes por un tiempo; la gente va a necesitar flores para las personas que habían perdido, pensó. Y calculó pasar los siguientes días preparando ramos para todos. Pensó también en su amigo Pedro, quien sin duda tendría mucha faena por delante.
Cuando se acercó a la casa de su amigo, sintó como el estómago le estrangulaba la garganta. La puerta estaba sospechosamente abierta. Entró y vió el cuerpo de Pedro en suelo. Sin vida. Con su viejo puñal en la mano. A pocos metros yacía el de un asaltante, destrozado. Encontró a Clara escondida en uno de los armarios de las habitaciones de arriba, aterrorizada. En ese preciso momento decidió que aquellas aventuras de buscar flores azules habían terminado para él.
Cuidó de Clara como si fuera su hija hasta el fin de sus días. A menudo, lo visitaban antiguos compañeros de aventuras que llegaban desde muy lejos para revivír juntos anécdotas pasadas.
Nunca quiso viajar de nuevo. Encontró todo el azul del mundo en los ojos de Clara, que se iluminaban al sonreir mientras preparaba ramos de rosas para sus padres.
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Asier