Coger un autobús

18 de marzo de 2025

Un joven de esos que visten con uniforme de colegio corría para coger su autobús. Esa mañana se entretuvo demasiado arreglándose el pelo y ahora iba con el tiempo justo.

Al llegar a la estación, vio con impotencia cómo el autobús cerraba las puertas y arrancaba a unos metros de él. Las piernas le flaquearon un instante, pero la imagen de lo que le esperaba en casa si volvía a perderlo, lo empujó con fuerza hacia adelante.

Los letreros hicieron brillar mensajes que gritaban “no lo vas a alcanzar”, “¿para qué corres, si sabes que no llegarás?” y “siempre te pasa lo mismo, vas con el tiempo pegado a la cara”. La gente en la parada se veían como figuras desenfocadas, manchas borrosas que parecían voltearse hacia él para juzgarlo con escepticismo y lástima; le exigían que aceptase que su derrota y asumiera que ese bus había pasado ya a mejor vía. Nadie lo estaba mirando en realidad, pero el muchacho no tenía tiempo para darse cuenta de ello.

Alcanzó a la criatura de hierro y golpeó su puerta con fuerza, como un mago en una pecera que golpea desesperado el cristal al ver su truco fallar. El conductor, apiadándose del muchacho, detuvo el vehículo, lo dejó entrar y examinó el billete con desconcierto. “Este no es su autobús, ¿no se ha fijado en todos los letreros indicando que el suyo venía con retraso?”, le dijo devolviéndole el billete con hastío. El rostro del chaval, rojo con un tomate, dibujó una sonrisa nerviosa que suplicaba perdón mientras recordaba coger aire.

Dejó ir a ese pobre autobús y se secó la cara; estaba empapada de sudor y gomina. Comprobó que aún quedaban cinco minutos para que llegase el suyo y se dirigió, no sin cierta parsimonia, al baño de caballeros; le daba tiempo de sobra para limpiarse un poco y arreglarse el pelo de nuevo.


Asier