El juego

25 de febrero de 2025

Hace meses que jugamos a este juego: en cuanto me piensa, me precipito contra su pecho con todas mis fuerzas. Me encanta notar cómo su respiración se quiebra al estrujarle con mis abrazos. Es una obsesión que me pierde. De noche, disfruto despertándolo para recordarle que sigo a su lado, aferrada a él, sin intención alguna de soltarlo.

Habla de mí con sus amistades. Le repiten una y otra vez que me olvide, que no se preocupe tanto, que terminaré desapareciendo.
Le dicen que pasaré como pasa el tiempo. Sin embargo, esas palabras sólo hacen que me piense con la misma fuerza con la que yo lo abrazo.

Aún así, reconozco que me aterra que se distraiga, que se vuelque en actividades que le impidan pensar en mí. No soporto esa idea.
No podría vivir sin abrazarlo.

Pongo en marcha un plan infalible: un abrazo tan intenso que nos fundirá a ambos para siempre. Me lanzo sobre él y aprieto con fuerza. Y sigo apretando, con mucha más fuerza; no quiero parar. Noto cómo sus huesos empiezan a protestar, clavándose en su aliento. Él se revuelve de dolor y sigo insistiendo. Llegamos juntos a un nivel de intensidad que jamás habíamos experimentado. Pero no estoy satisfecha: quiero más. Reúno todas las fuerzas que me quedan para apretar con aún más ímpetu. De pronto, noto que se rinde. Ya no percibo resistencia alguna; no respira en absoluto.

Exhausta, contemplo con miedo y decepción su cuerpo agarrotado en el suelo. Ya no me piensa, ni desea continuar nuestro juego.

– Asier